Yuyaychacuna

enero 10, 2006

LAS ESTACIONES DE LA VIDA

Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos,
La luna y las estrellas que allí fijaste,
me pregunto: ¿Qué es el hombre, para en él pienses?
¿Qué es el ser humano para que lo tomes en cuenta?
(Salmo 8.3-4)

Lima, la ciudad donde crecí, no presenta grandes variaciones climáticas durante el año. Rara vez llueve y las temperaturas no tienen grandes variaciones. Yo tuve que aprender acerca de las estaciones del año cuando tuve la oportunidad de vivir en otros países. Era notable para un ignorante climático como yo, el ver como en fechas determinadas toda la naturaleza daba un giro rotundo hacia una nueva etapa. Cada estación tiene su propia belleza y también sus propios desafíos, y los seres humanos hemos aprendido a vivir y sufrir cada una de estas estaciones que también marcan la historia de nuestras vidas.

Guardando las distancias creo que el Libro de los Salmos es también la expresión espiritual mediante la cual el Señor nos prepara para enfrentar las diversas estaciones de la vida. Como es por todos conocido la vida no consiste sólo de días soleados y románticos atardeceres, sino también de días nublados, tormentas aciagas y otoños de tristeza y cambio. Ahora que está empezando un año y que nuevamente nos enfrentaremos a las cuatro estaciones, sería bueno darle un vistazo al libro de los Salmos ya que en ellos podemos encontrar las diversas estaciones con que todo hombre o mujer debe enfrentarse en su permanente rotación alrededor de la vida.

En primer lugar, el salmista David se fotografía para nosotros de manera espiritual en un día precioso de sol veraniego, y nos dice:

“Tú has hecho que mi corazón rebose de alegría,
alegría mayor que la que tienen los que disfrutan de trigo y vino en abundancia
En paz me acuesto y me duermo, porque sólo tú, Señor,
Me haces vivir confiado” (Salmo 4.7-8)

Notan ustedes el viento cálido que se desprenden de sus palabras, la suave brisa que circula en el corazón del hombre que descansa reposado de sus propias faenas y afanes en las delicadas y fuertes manos de su creador. Parece como que la vida de David ha entrado en un glorioso estado de equilibrio espiritual. Un verdadero equilibrio en donde la satisfacción espiritual viene a ser superior a todos los logros materiales. Lamentablemente, el verano y el disfrute no duran para siempre. David, al igual que nosotros, se mueve sin darse cuenta y las hojas otra vez empiezan a caer. El otoño hace su fría entrada:

“Atiende Señor, a mis palabras;
toma en cuenta mis gemidos.
Escucha mis súplicas, rey mío y Dios mío,
porque a ti elevo mi plegaria.
Por la mañana, Señor, escuchas mi clamor;
por la mañana te presento mis ruegos,
y quedo a la espera de tu respuesta.” (Salmo 5.1-3)

¿Podemos percibir el frío sentimiento de David? Al parecer las cosas no estaban resultando como esperaba, y los árboles que antes le prodigaban sombra, ahora son sólo troncos y ramas sin hojas. La temperatura desciende, las aves emprenden vuelo buscando mejores climas, y el frío se apodera gradualmente de todo lo que le rodea. En el otoño espiritual empezamos a percibir que las circunstancias a nuestro alrededor se distorsionan, que pierden significado, que hay un dolor palpitante que nos empieza a preocupar. Sin embargo, la constancia de David se mantiene para gozar tanto de los momentos de felicidad o cuando la tristeza empieza a apoderarse del alma: sólo las delicadas y fuertes manos del creador son las únicas que le pueden prodigar calor y esperanza de tiempos mejores.

Hay estaciones en la vida en que irremediablemente tenemos que tocar fondo. El invierno no tarda en llegar y la inclemencia del clima se siente en el alma. Con el invierno se viven menos horas de luz solar, las tinieblas parece como si se hubieran posicionado de la vida, el sol sólo se percibe pero no se deja ver por lo espeso de las nubes cargadas de lluvia y tempestad. Los problemas y las dificultades caen sobre él de manera inclemente. David aprecia su invierno espiritual de la siguiente manera:

“Muchos son, Señor, mis enemigos;
muchos son los que se oponen,
y muchos los que de mí aseguran:
‘Dios no lo salvará.’
Pero tú, Señor, me rodeas cual escudo;
Tú eres mi gloria;
¡Tú mantienes en alto mi cabeza!
Clamo al Señor a voz en cuello,
Y desde su monte santo él me responde” (Salmo 3.1-4)

Aunque no lo creamos, cuando estamos en pleno invierno es cuando más cerca del sol nos encontramos. Trataré de explicarme: La trayectoria de la Tierra es, ciertamente, una elipse, pero tan poco achatada que haría falta un compás para notar que no es completamente circular. El Sol no está en el centro pero la diferencia entre la máxima distancia y la mínima es tan pequeña que no tiene ninguna influencia sobre las estaciones. De hecho, cuando estamos un poquito más cerca del Sol es el 3 de Enero, como hoy que escribo, en pleno invierno en el Hemisferio Norte. Allí lo tienen, nada más claro y evidente al hacer nuestra analogía de las estaciones del año con nuestra realidad espiritual. En los días sombríos y gélidos, en los momentos de oscuridad y penumbra, cuando parece que los malos momentos nunca pasarán, pues allí es cuando debemos creer que el Señor nunca se ha movido de nuestro lado y es cuando más está providencialmente más cerca. David no pide que Dios vuelva, él sólo reconoce que el Señor está allí, alrededor de él, listo para levantarlo nuevamente, listo para darle una nueva oportunidad, como cada estación a la naturaleza.

Otra vez la luz aparece al final del túnel y cíclicamente la primavera no tarda en reaparecer. Su nombre deriva de las palabras latinas “prime” y “vera” que quieren decir: "el buen tiempo," porque llega el primer verdor y el calor reaparece. Todo lo que parecía aparentemente muerto, milagrosamente revive. Todo lo que parecía que se había ido para no volver, siempre regresa. Los rayos del sol comienzan a calentar, las aguas fluyen tras el deshielo y los animales regresan a casa tras los rigores invernales. Durante muchos meses el invierno se había hecho dueño de los campos, las montañas y las ciudades. La nieve y el frío habían sido los inclementes compañeros de largos días en los que el sol apenas asomaba tímidamente sus rayos debido a que estaba oculto bajo las espesas nubes cargadas de lluvia. Pero tras esta interminable pausa invernal llega la Primavera, una etapa de regeneración en la que la vida vuelve a resurgir en todas sus formas. Como bien dijo Gustavo Adolfo Bécquer "¡mientras haya en el mundo primavera habrá poesía...!". En la primavera espiritual tomamos nuevamente las oportunidades que el Señor nos concede, escuchamos su voz diciéndonos que siempre hay esperanza, que podemos volver a empezar, y podemos entonces cantar con David:

“Quiero alabarte, Señor, con todo el corazón,
y contar todas tus maravillas.
Quiero alegrarme y regocijarme en ti,
Y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo” (Salmo 9.1-2)

Al observar las estaciones del año como una metáfora que ejemplifique los diferentes momentos de nuestras vidas podemos darnos cuenta que cada circunstancia, cada etapa, cada período (por más interminable que parezca), tiene su razón de ser y un propósito para el Señor. Así como en la vida de David, nuestras vidas también pasan por diferentes estaciones y cambios, no porque el Señor se acerque o se aleje de nosotros, sino también por nuestras propias inclinaciones. Pero así como David encontró el equilibrio en medio de sus cambios y fluctuaciones, así también nosotros podemos encontrar el equilibrio, la esperanza y la fuerza solamente en Él en medio de las estaciones de nuestras vidas.

Pepe Mendoza

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