Yuyaychacuna

setiembre 04, 2006

Noventa Años Después


El soldado inglés harry Farr era a sus 25 años todo un veterano. Él se había enrolado voluntariamente al ejército inglés en 1914 durante la Primera Guerra Mundial. Por dos años estuvo peleando sin descanso en las trincheras mientras lo cruento de las batallas iba minando secretamente su resistencia física y anímica. Durante los dos años siguientes él sufrió cuatro extrañas crisis nerviosas. Después de una de ellas, Farr tuvo que pasar cinco meses internado debido a que sufría de incontrolables temblores que hasta le impedían escribir.

Ya restablecido, Farr no dudó en volver al campo de batalla en octubre de 1915. Desafortunadamente para el mes de abril del año siguiente su estado de salud empezó a decaer nuevamente. En septiembre rehusó volver a las trincheras ya que no podía soportar el ruido de las explosiones y el temblor de su cuerpo era nuevamente incontrolable.

Después de la Batalla de Somme, Harry Farr fue sometido a corte marcial por cobardía., Él trató de defender su conducta durante los 20 minutos que duró el juicio. Él dijo que le era física y emocionalmente imposible enfrentar una batalla más. Lo único que consiguió fue ser terriblemente insultado por sus camaradas quienes eran incapaces de comprender que lo que él estaba experimentando no era simplemente cobardía. La ejecución se realizó a las seis de la mañana del 18 de octubre de 1917. Farr se negó a ser vendado y se enfrentó valiente y silenciosamente al pelotón de fusilamiento. El capellán del ejército que fue testigo de la ejecución le hizo saber a la viuda que él no había conocido a otro soldado como él. La condena trajo consigo que la esposa de Harry Farr y su pequeña hija fueran desalojadas inmediatamente de la casa que habitaban, que perdieran los derechos de cobrar una pensión y que vivieran cargando vergüenza y un tremendo estigma social por el resto de sus vidas.

Durante la Primera Guerra Mundial 306 soldados fueron ajusticiados sumariamente por cobardía. Sin embargo, hoy se sabe que muchos de los que se negaron a volver al frente estaban sufriendo de un mal producto del prolongado stress sufrido en el campo de batalla. Des Browne, el actual Secretario de Defensa británico, firmó el perdón póstumo para todos esos soldados el 16 de agosto pasado basándose en las evidencias médicas que hoy se conocen. Con este acto se terminaron nueve décadas de sufrimiento para los miembros de la familia Farr, quienes nunca dejaron de pelear por limpiar el nombre de Harry. Su hija, Gertrudis Harris, hoy de 93 años, y su nieta, Janet Booth, lucharon incansablemente por conseguir una revisión judicial del caso, pero ésta les fue negada sucesivamente en diferentes oportunidades.

La historia de Harry Farr me ha hecho pensar en las innumerables veces en que el juicio y el actuar humano se equivocan y generan un dolor y amargura tal que puede perdurar por años y años sin que las heridas producidas puedan siquiera cicatrizar. Al soldado Farr se le negó la oportunidad de vivir, a su viuda la posibilidad de ser feliz, y su hija tuvo que luchar 90 años para limpiar el nombre de su padre. Sólo una larga vida y mucha paciencia le permitió a Gertrudis el poder ver el fruto de todos sus esfuerzos.

¿Cuántos de nuestros actos y decisiones requerirán de rectificación en el futuro? ¿Cuántos de mis juicios y actos, basados sinceramente en mis conocimientos y buena intención, causarán un daño innecesario que demandará una intervención el día de mañana? ¿Cuántos juicios y actos injustos en contra nuestra exigirán una sincera corrección sin importar cuánto tiempo haya pasado? Desde siempre los seres humanos hemos sido muy propensos a hacernos daño mutuamente. El clamor ante la injusticia humana se escucha en todos los rincones de la tierra y pareciera que los “malos” van ganando por goleada y con el árbitro a su favor. Sin embargo dentro del alma humana hay una insoportable sed de justicia que Dios ha prometido será saciada tarde o temprano. La injusticia aparentemente sigue reinando pero el pequeño ejército de buscadores de justicia sigue incansable en la brega. No en vano el Señor consideró la búsqueda de la justicia como algo más importante que la religiosidad cuando dijo a través de Miqueas, “¡Ya te ha declarado el Señor lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6.8)

No puedo estar más que agradecido con las palabras de Jesús, “No hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada oculto que no llegue a conocerse públicamente” (Lucas 8.17). Ya vivimos en un mundo demasiado oscuro como para pensar que nunca los cielos se despejarán y terminará saliendo la luz. La esperanza cristiana está fundada en el hecho de que al final de los tiempos el Señor juzgará los actos y las intenciones de todos los hombres y mujeres, devolviendo la justicia y el amor a su máximo esplendor. Ese acto de justicia y compasión final no debería producirnos temor sino un genuino alivio porque el Señor esclarecerá la verdad y no dejará impune ninguna injusticia, incluidas las mías. Mientras ese momento llega, no quiero ni puedo quedarme cruzado de brazos. La esperanza del juicio futuro no me exime de buscar que la justicia se imponga hoy día en mis propias circunstancias y con mi prójimo. Por el contrario, la seguridad y la prosperidad serán el fruto de la búsqueda persistente por la práctica de la justicia y la rectitud.

Sólo el que procede con justicia y habla con rectitud,
el que rechaza la ganancia de la extorsión
y se sacude las manos para no aceptar el soborno,
el que no presta oído a las conjuras del asesinato
y cierra los ojos para no contemplar el mal.
Ese tal morará en las alturas;
tendrá como refugio una fortaleza de rocas,
se le proveerá pan,
y no le faltará agua.
Isaías 33.15-16