Yuyaychacuna

noviembre 03, 2006

Un tema Incómodo para Leer e Imposible para Conversar
Enfrentando el Morir


Al ver llorar a María y a los judíos que la habían acompañado [a la tumba de Lázaro], Jesús se turbó y se conmovió profundamente. --¿Dónde lo han puesto? --preguntó. --Ven a verlo, Señor --le respondieron. Jesús lloró. (Juan 11.33-35)

Yo siempre tuve una excelente relación con mi abuelo paterno. Él se había quedado completamente ciego en sus treintas debido a un error médico, pero esa tragedia no destruyó su carácter ni menos sus deseos de salir adelante, formar una familia y mantener su inmenso optimismo. Su ceguera no significó para mí un problema ni menos un obstáculo ya que yo lo veía como una persona sociable y muy independiente que incluso se daba el gusto de viajar sin problemas ni complicaciones. Yo recuerdo que él era ya mayor cuando decidió hacer un viaje a Europa que fue duramente criticado por el resto de la familia. Ellos pensaban que una persona mayor y ciega no debería enfrentar tal travesía. Él respondía las críticas con cierta ironía, diciendo, “yo puedo estar ciego y viejo pero no estoy muerto. Yo estaré ciego pero no he perdido el olfato ni tampoco el tacto… No veré pero oleré, saborearé y tocaré todo lo que pueda…”

A mí me parecía que esa vida tan intensa nunca llegaría a su fin. Pero los años siempre terminan cobrando un alto precio. Un día mientras bajaba las escaleras de su casa, se resbaló y se rompió la cadera. Él tuvo que pasar por una delicada operación y un largo proceso de rehabilitación que le costó muchísimo, pero que con su característica tenacidad y optimismo pudo vencer, hasta el punto de recuperarse casi al 100% Lamentablemente, poco tiempo después, la ceguera le cobró nuevamente una mala pasada. Se volvió a tropezar y se rompió la otra cadera. Teniendo más de 80 años y una salud ya frágil, el viejo roble parecía que empezaba a caer. Sin embargo, su amor por la vida a pesar de su salud quebrantada le hizo luchar incansablemente por recuperarse y seguir viviendo. Pero las complicaciones iban apareciendo una detrás de otra.

Un 24 de diciembre de hace más de dos décadas, yo fui a visitar a mi abuelo a la clínica en donde había estado internado por un buen tiempo. Él ya no podía hablar porque le habían hecho una traqueotomía para ayudarle a respirar. Ese día nosotros estuvimos solos, como no lo habíamos estado en mucho tiempo. Él estaba muy débil pero estaba conciente, y se comunicaba conmigo respondiéndome “si” o “no” a mis preguntas y comentarios con el movimiento de sus dedos. Nosotros siempre habíamos hablado con prisa y sin pausas, y esta vez, aunque era yo sólo el que hablaba, no había sido diferente. Yo le hablé de la vida, de mi vida, de la suya, de Dios y de muchas otras cosas. Él nunca fue un hombre muy religioso, pero desde hacía algunos años, y debido a mi acercamiento a la fe, él decidió también acercarse y tratar de leer la Biblia. Yo le regalé los evangelios en lenguaje Braille, y con su memoria prodigiosa llegó a memorizar pasajes enteros de la vida de Jesús en poco tiempo. Pero a pesar de su conocimiento, él nunca había establecido una relación personal con el Señor.

Ese día yo le dije que su vida había sido verdaderamente dura pero que él había sabido vencer la adversidad una y otra vez con dignidad y esfuerzo. Yo le hice notar que su vida era toda una inspiración para mí. Pero que ahora le tocaba dejar su vida en las manos de Dios. Mientras le hablaba, él me iba respondiendo con el movimiento de sus manos. En un instante yo tuve la íntima convicción de que el Señor vendría por mi querido abuelo. Yo me despedí de él con afecto mientras le cantaba al oído algunas canciones. Luego dirigí mi mirada hacia la ventana de la habitación que estaba resplandeciente con un bello y deslumbrante atardecer limeño. En un instante el ruido producido por el respirador artificial desapareció. El silencio repentino no hizo más que confirmar que mi abuelo había partido a encontrarse con el Señor.

Esa fue mi primera experiencia como acompañante espiritual de una persona moribunda. Lo que pudiera haberse convertido en un momento sobrecogedor fue transformado en un momento glorioso y lleno de paz. Lamentablemente, en nuestra sociedad contemporánea existen muchos tabúes con respecto a este tema que debieran ser clarificados, porque ellos no hacen más que añadir dolor y amargura en un trance que de por sí es doloroso y amargo.

El Morir en nuestra Sociedad Contemporánea

Mucha gente en nuestra sociedad ha roto los vínculos con el contexto en el que tradicionalmente se asignaba significado a las experiencias asociadas con enfermedad y muerte.

La muerte y el morir han sido sumamente trivializados y disimulados en el pensamiento contemporáneo, y mucho del fundamento cristiano con respecto a este tema ha sido aún olvidado o cuestionado aun por los mismos cristianos. La televisión, el cine y la música popular nos bombardean con falsas imágenes con respecto a la muerte y el trance del morir. Algunas de ellas son útiles, pero otras son simplemente apreciaciones irreales o románticas que no terminan por ayudar a los que directa o indirectamente están enfrentando este doloroso proceso. Además, muchos de los que están muriendo son separados de sus seres queridos y su entorno para ser colocados en lugares donde se supone estarán mejor, o donde no causen molestias e incomodidades a los demás. La muerte real y el proceso de morir son continuamente evitados y disimulados en una sociedad como la nuestra en donde la vida está tan secularizada y se mide sólo en criterios materiales.

Lo primero que quisiera afirmar es que la muerte es naturalmente rechazada por la humanidad. Para muchos la vida no es necesariamente satisfactoria o feliz. Por el contrario, el vivir es una experiencia dura, dolorosa, insatisfactoria y hasta cruel. Pero a pesar de todo eso, la gente se aferra a la vida con uñas y dientes y rechaza y le teme a la muerte. La muerte y el morir se disimula y se busca evitar en todas las maneras posibles. El antropólogo británico, Geoffrey Gorer, explica este fenomeno con cierta ironía, y lo califica como la ‘pornografía de la muerte.’ Para él, la muerte es un tema ‘pornográfico’ debido a que es un aspecto inmencionable de la experiencia humana que debe ser mantenido en secreto y tratado casi como algo sucio y hasta impresentable.

La muerte y el morir son comúnmente considerados como los supresores de todo aquello que es bueno; como la vida, el crecimiento, el descubrimiento, la creación y el ser humano propiamente tal. Mientras más amemos la vida, más rechazaremos la realidad de la muerte. El morir nunca podrá convertirse en algo sencillo de enfrentar, pero nuestra cultura contemporánea la ha convertido en algo aún más difícil de tratar y de resolver. La forma en que nosotros, por ejemplo, aislamos a los enfermos terminales dejándolos rodeados de máquinas y especialistas pero lejos de la intimidad de sus seres queridos, es una clara demostración de nuestro dilema contemporáneo con el morir. Larry Richards y Paul Johnson afirman que “de hecho los efectos secundarios asociados con el proceso del morir son definitivamente considerados más amenazadores que la muerte misma.”

Este breve ensayo no está interesado en encontrar el significado o la interpretación de la muerte propiamente tal, sino en las implicaciones del proceso de morir. La necesidad de conversión, arrepentimiento o confesión tampoco se consideran, aunque son consideradas importantes. Por eso debemos hacer una clara distinción entre la muerte y el morir. Todos aquellos que han trabajado cercanamente con pacientes terminales nos dicen que ellos, más que temerle a la muerte, le temen al morir. La experiencia de estar muriendo produce una crisis en las que las preguntas acerca del significado de la vida deben ser enfrentadas de una manera completamente nueva. Además, el morir involucra tiempo, stress, dolor, desgaste en las relaciones, problemas financieros, y muchas otras cosas más.

Por otro lado, los avances tecnológicos y científicos han generado profundos vacíos éticos en relación con la muerte y el morir. Por ejemplo, Richard Doss dice que la crisis en el entendimiento con respecto a estos temas alcanzó su punto máximo con el desarrollo y el uso del pulmón artificial. La máquina ha sido efectiva en mantener a una persona ‘viva,’ con sus signos vitales operativos, aún mucho tiempo después de que toda esperanza de recuperación se ha perdido. Y allí está el problema porque los doctores han sido confrontados con esta pregunta ética: ¿Es un acto de misericordia o de asesinato apagar el respirador? Los temas relacionados con ‘desenchufar’ a una persona de una vida artificialmente sostenida son sólo una de las facetas que enfrenta esta nueva crisis de definición del proceso de morir.

Todos sabemos que la muerte es inevitable pero tratamos por todos los medios de ocultarnos de ella. “Todo parece indicar que la mortalidad todavía se mantiene al 100%,” como dice Doss. Todos sabemos que la muerte finalmente ganará la batalla, pero eso no significa que lo aceptemos. De allí que discutir este tema sea tan importante y necesario.

Respuesta Bíblica a la Muerte y al Morir.

Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Ro.6.23)

La muerte es uno de los temas centrales en las Escrituras. Aunque ella no formaba parte de las características de la creación original, ésta apareció como consecuencia de la caída de Adán. Pero la muerte no apareció de repente sino que fue claramente advertida por el Señor (Génesis 2.17) y fue luego institucionalizada con el pecado de Adán y Eva. San Pablo afirma en Romanos (5.12) como la muerte ha pasado a través de toda la humanidad llegando a convertirse en su más temido enemigo (1 Corintios 15.26).

En general, la idea de la muerte nos hace preguntarnos acerca del significado de la vida. Una de las creencias fundamentales del cristianismo es que la muerte no es la aniquilación de toda la existencia. La muerte es la cesación de la vida tal como nosotros la conocemos, pero no es el fin de nuestra existencia y de nuestra conciencia como seres humanos. En las Escrituras, la vida y la muerte no son entes separados; por el contrario, la Biblia habla de una profunda relación entre la vida y la muerte. Al mismo tiempo, a la luz de la misma muerte de Jesús, la muerte también marca una transición hacia un nuevo estado de vida.

La muerte de un creyente no tiene el mismo efecto que para un no creyente. En el cristiano existe la expectativa de vida eterna y gozo que procede a la muerte debido a que el Señor Jesús es aquel que le acompaña por el valle de la muerte (Salmo 23). Sin embargo, las dificultades del morir son las mismas para creyentes y no creyentes sin distinción.

La fe cristiana no provee una póliza de seguro especial en contra de amenazas externas o agitación interior; no hay manera de permanecer aislados de inundaciones, terremotos, incendios, o cualquier otra catástrofe producida por la naturaleza, o artificial producida por otros hombres. Ni siquiera hay alguna forma absolutamente segura para protegernos de enfermedades físicas, mentales o de un quiebre psicológico. No hay ningún tipo de aislamiento que nos haga inmunes a las contingencias que todos los seres humanos enfrentan a diario. Sin embargo, nuestra fe en Jesucristo nos provee la seguridad de que el Señor cuida de nosotros sea cual sea nuestra circunstancias. Richards y Johnson lo expresan con mucha claridad,

En la promesa de Dios de su presencia; en la afirmación de Dios de nuestro valor; en el compromiso de Dios como nuestro padre amoroso para satisfacer nuestras necesidades, es que nosotros encontramos un fundamento firme en el que podemos descansar. Nosotros no estamos aislados contra los temores y las ansiedades asociadas con la muerte y el morir. Pero mientras nos enfoquemos en la realidad del amor de Dios y su compromiso para con nosotros, Él nos brindará paz aún en medio de nuestra confusión.

Una sana perspectiva cristiana debe proveer una respuesta significativa a los grandes dilemas de la vida, incluyendo el esclarecimiento del significado de la vida y la muerte. Es así que es vital que nosotros entendamos que las personas en el proceso de morir no necesitan sólo una visión de la eternidad para poder ser animados. Por el contrario, la clave para poder brindar un consuelo efectivo no radica en el conocimiento del más allá sino en la afirmación de la presencia permanente y amorosa de Dios a lo largo de toda nuestra vida terrena y aún más allá de ella.

El Proceso de Morir.

Por aquellos días Ezequías se enfermó gravemente y estuvo a punto de morir. El profeta Isaías hijo de Amoz fue a verlo y le dijo: “Así dice el Señor: Pon tu casa en orden, porque vas a morir; no te recuperarás.” Ezequías volvió el rostro hacia la pared y le rogó al Señor: “Recuerda, Señor, que yo me he conducido delante de ti con lealtad y con un corazón íntegro, y que he hecho lo que te agrada.” Y Ezequías lloró amargamente. (2 Reyes 20.1-3)

Carmen fue una de las cristianas más extraordinarias que yo he conocido. Su fe y su inquebrantable dedicación al servicio en la iglesia fueron ejemplares para todos los que tuvimos la oportunidad de conocerla. Lamentablemente ella descuidó su salud, y cuando fue al médico ya era demasiado tarde. A Carmen le diagnosticaron un cáncer terminal muy avanzado. Su salud se deterioró muy rápidamente pero su fe se acrecentaba día con día. Yo tuve la oportunidad de visitarla varias veces durante su prolongada enfermedad. En una de esas visitas yo noté que su actitud y ánimo eran totalmente distintos a los que ella nos tenía acostumbrados. Carmen se acababa de enterar de la repentina muerte de uno de sus vecinos, lo que la llevó a pensar con suma ansiedad en su propia muerte. Ella estaba luchando por recuperar su coraje y poner su fe por delante de sus temores, pero su quebrantada condición física incrementaba su temor a la muerte. Y todo esto iba además acompañado con un inmenso sentido de culpabilidad producto de su aparente falta de fe.

En la medida en que la amenaza de la muerte es asumida como un suceso posible y cercano, así también los temores y las ansiedades hacen su aparición. La ansiedad que nos produce nuestra propia debilidad es muy difícil de reconocer. En vez de expresar sincera ansiedad y temor, la gente opta por expresar su ansiedad como amargura, desagrado y mayormente como ira. Una persona en el proceso de aceptar su condición se rebela ante la posibilidad de dejar de existir y permanecer en el mundo. Cuando una persona es expuesta a la realidad de su propia muerte, entonces empieza un proceso que puede tener las siguientes características: choque emocional y negación, ira, negociación, depresión y aislamiento, aceptación.

La negación es un mecanismo psicológico que trata con todo aquello que es considerado como una amenaza o un peligro inminente. Enfrentado con la posibilidad de la muerte, la persona tiende a negarla, bloquearla y ponerla a un lado. La negación puede adquirir muchas formas que van desde la incapacidad para oír o entender el diagnóstico hasta el empezar a encontrar razones completamente ajenas a la enfermedad, rechazando hablar de ella y sus consecuencias. Sin embargo, la negación puede ser valorada positivamente en la medida en que ésta tiene una fuerte dosis de esperanza. Puede sonar extraño, pero mucha gente encuentra esperanza al saber que la enfermedad que padecen mata al 90% de las personas que la contraen. Ellos tienden inmediatamente a verse como parte del 10% sobreviviente.

La esperanza en el tratamiento médico o en la intervención divina nunca suplirán completamente el temor y la ansiedad que las personas sienten ante la posibilidad de ir muriendo. Para muchos de ellos, los temores asociados con el morir son más grandes y más opresivos que todas las posibles opciones médicas de sanidad, la fe en intervenciones divinas o simplemente el temor a la muerte misma. Entre los temores más comúnmente expresados están: temor a la incapacidad física, temor a sentirse solo y abandonado, temor a morir sin darse cuenta, temor al dolor y al sufrimiento, temor a convertirse en una carga (dos tercios de los entrevistados en un estudio expresaron que este era su mayor temor), temor a la humillación, temor a proyectarse en el futuro, temor al futuro que le depara a sus seres queridos, temor al castigo, temor a ser incapaz de cuidarse por sí mismo, temor a lo desconocido, temor a que otros tengan que cuidar de uno, temor asociado con el desequilibrio financiero, temor a perder el equilibrio emocional.

El temor es una emoción humana que se caracteriza por tener un objeto que debe ser enfrentado. De allí que el temor sea la respuesta emocional ante el peligro que ese objeto produce en la persona, sea esto, por ejemplo, el temor a la altura o a las arañas. El temor a la muerte, el miedo a la extinción o la aniquilación, es algo natural en la naturaleza humana. Desde que las respuestas emocionales ante la presencia posible de la muerte y el morir son identificables, entonces deberíamos ser capaces de poder enfrentarlas y ayudar a otros a hacerlo también.

La ansiedad se diferencia del temor porque ésta no tiene un objeto distintivo, y por lo tanto, no puede ser enfrentada de manera directa. Una persona empieza a experimentar ansiedad cuando tiene una vaga aprehensión de que algo terrible está por suceder – aún sin conocer siquiera los detalles o la proximidad cierta del peligro. Sentirse nervioso o ansioso son respuestas normales cuando las cosas que sentimos o enfrentamos están más allá de nuestro control. De allí que sea natural estar ansioso como resultado de los cambios físicos y emocionales que resultan de una enfermedad. La ansiedad nos hace concientes de nuestra propia finitud y nos hace entender la muerte como una experiencia personal. Al aceptar las implicaciones de nuestra propia finitud, entonces podremos aceptar la realidad de nuestra propia e inminente muerte. La ansiedad de dejar de vivir permanece con nosotros inseparable e íntimamente durante todas nuestras vidas. Sin embargo, la ansiedad no sólo está ligada al proceso de morir sino también a las consecuencias, presentes y futuras, que el morir traerá consigo. Por ejemplo, es motivo de ansiedad el saber que nuestras relaciones llegarán a su fin, o que la enfermedad significará una gran carga financiera para la persona y la familia. La atención médica frecuente y la pérdida de ingreso debido a una enfermedad pueden significar una carga muy pesada aún para los más fuertes. La amenaza de una posible muerte ya produce aprehensión, pero las preguntas sin responder acerca del futuro inmediato son aquellas que toman prioridad aun con respecto a los temas referidos a la eternidad. Por ejemplo,

El doctor Paul Kuhn, un médico en la unidad paliativa del hospital San Pablo en Vancouver, reportó la experiencia con una paciente llamada Alicia que estaba muriendo con cáncer. Ella se quejaba de un dolor permanente en el pecho que no estaba siendo mitigado con los medicamentos. El dr. Kuhn se atrevió a preguntarle si es que sentía el dolor en la zona del corazón. Alicia respondió afirmativamente, y luego dijo que ella estaba preocupada por su única hija que estaba planeando casarse con el ‘hombre equivocado.’ La fuente de su dolor no era física sino emocional.

Cada persona tiende a responder de una manera diferente a las situaciones que le causan sentimientos de ansiedad. El cuerpo tiene muchas maneras diferentes de mostrar ansiedad. Estos son algunos de los síntomas más comunes de ansiedad: incapacidad de relajarse, irritabilidad, malestar estomacal y nauseas, sentimiento de vacío en el estomago o un nudo en la garganta, tensión muscular, dolores, o simplemente tensión, sentirse muy cansado y extenuado, incapacidad de conciliar el sueño o tener pesadillas, molestarse por pequeñeces, incapacidad de concentración o sentirse agobiado, dolores de cabeza, comer más o menos de lo acostumbrado.

Una de las necesidades básicas de una persona en el proceso del morir es aceptación. Ella debe ser ayudada a aceptar su propia debilidad y lo difícil de su situación pero sin perder la dignidad y la esperanza. Esta necesidad podría parecer evidente para todo tipo de personas, pero para aquellos que están en el proceso de morir esta necesidad se torna aún más necesaria debido al aislamiento y la soledad experimentadas por su condición. Una persona enfrentada a un tratamiento médico profesional puede experimentar una profunda despersonalización al sentirse intimidados por el lenguaje con el que escucha a los especialistas referirse a su enfermedad o al trato que recibe del personal que la asiste.

La Persona que enfrenta la Muerte y sus Acompañantes.

Llegó entonces uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se arrojó a sus pies, suplicándole con insistencia: --Mi hijita se está muriendo. Ven y pon tus manos sobre ella para que se sane y viva. (Marcos 5.22-23)

La tensión producida por una enfermedad que amenaza la vida no sólo afecta al enfermo que la padece sino también a las personas que le rodean. Aunque la experiencia del morir es netamente individual, su impacto es colectivo ya que la persona que muere lo hace en un contexto social, acompañado de cerca o de lejos por otras personas.

La persona que acompaña a una persona en el proceso de morir está rodeada por un flujo constante de pensamientos y sentimientos negativos. El mantener la moral alta en el enfermo y en sí mismo es a menudo un trabajo durísimo y hasta imposible de conseguir. Conservar la esperanza demanda tanta energía como el resto de las incontables tareas que un acompañante debe cumplir durante casi las 24 horas del día. Aceptar simplemente que un ser querido está muriendo es ya naturalmente depresivo y angustiante. Por estas razones, ni los acompañantes ni los enfermos deben sentirse culpables por esos sentimientos encontrados, ya que son normales en una situación tan difícil y especial como la que ellos, de manera conjunta, están enfrentando. Henri Nouwen, el famoso teólogo Católico ya fallecido, dijo lo siguiente con respecto a sus sentimientos relacionados con la agonía de su propia madre,

Yo todavía me pregunto qué estaba sintiendo durante todas esas horas. Yo me sentía impotente, empequeñecido e incapaz de brindar ayuda, pero al mismo tiempo sentía paz, fortaleza y serenidad. Yo estaba viendo y sintiendo algo que nunca había visto o sentido antes, una experiencia que para ser descrita requeriría palabras que todavía no existen: impotencia pero fortaleza, tristeza y paz, destrozado pero completo. Yo todavía no puedo entender completamente estas nuevas emociones. Una cosa, sin embargo, está clara, yo fui bendecido al ser parte de ese momento de la verdad.

Las demandas físicas, mentales y emocionales de los acompañantes son tremendamente agotadoras. Por ejemplo, ellos tienen que sostener y ayudar al enfermo casi en todas sus actividades. Un acompañante debe, entre muchas otras cosas, alimentar, limpiar, medicar y encima de todo alentar a la persona que enfrenta el final de su vida. Aun las tareas más sencillas de realizar por una persona sana e independiente pueden tomar extenuantes horas para un enfermo y su acompañante. Lo más lamentable es que estas situaciones no son fácilmente comunicables ú observables, ya que tanto el enfermo como el acompañante tienden a aislar su dolor y su debilidad, siendo olvidados al ya no estar socialmente visibles.

Debido al cansancio, la frustración y la soledad, es que los acompañantes tienden a llenarse de sentimientos encontrados de esperanza, rechazo, ira y culpa. Ellos desean con todas sus fuerzas seguir atendiendo a sus seres queridos pero también quisieran librarse de una tan carga pesada. Ellos pueden desear que todo acabe rápidamente para continuar con sus vidas, pero luego sienten el peso de la culpa al desear algo tan inhumano para una persona que en esos momentos los necesita completamente. Jennifer Pardoe describe exactamente esta crisis,

Física y emocionalmente exhaustos, un pequeño grupo de personas se sientan alrededor de la cama de una persona mortalmente enferma. Ellos se sienten completamente incapaces de retirarse, aunque tienen niños que cuidar, trabajos que cumplir y miles de otras cosas por hacer. El acompañar se ha convertido en una trampa de la que no pueden escapar. Las conversaciones se secan, y la tensión aumenta al escuchar a algunos parientes decir que la única cosa que puede romper esta pesadilla es la muerte de la persona que está tendida en la cama que ellos rodean. Pero, ¡Qué pensamiento tan terrible!

Además de todo lo anterior, el acompañante debe enfrentar situaciones nuevas y difíciles después de la partida de su ser querido. En primer lugar, deberá enfrentar la total separación de la persona a la que amaba y a quien le dedicó tanto de su tiempo y esfuerzo. Frases como “Esto pasa,” “a todos nos pasará,” “ha sido la voluntad de Dios,” no son ciertamente muy apreciadas por los deudos. Otra vez, Henri Nouwen nos ayuda a entender el problema con otra confesión muy personal,

Mi madre murió. Este evento no es de ninguna manera especial o único. Esta es una de las experiencias humanas más comunes. Hay pocos hijos e hijas que no han experimentado la muerte de sus madres, repentina o lentamente, de cerca o de lejos. Sin embargo, yo quiero reflexionar en el evento porque, aunque no es inusual, excepcional o extraordinario, este permanece en muchas maneras desconocido e incomprendido.

En segundo lugar, no es sólo la separación total lo que uno enfrenta, pero también la necesidad de rehacer la vida en una manera totalmente distinta. La muerte destruye el diseño en que la vida y los vivientes estaban acostumbrados a vivir. Asimismo, la muerte rompe y perturba la estabilidad de la familia. La vida familiar necesita recomponerse con una nueva simetría. Nouwen vuelve a mostrarnos con franqueza su testimonio con respecto a esta situación. Él dice:

¿Cómo serán y se sentirán las cosas ahora que ella ya no es más parte de mi vida? A lo largo de los años me he hecho esa misma pregunta varias veces, aun cuando yo me he dado cuenta que no hay respuesta porque la situación me era absolutamente desconocida. Yo he descubierto que durante mi niñez, adolescencia y adultez, los lazos con mi madre crecieron y se hicieron tan profundos é íntimos que yo nunca hubiera podido conocer completamente su importancia antes de su muerte. Cada vez que traté de pensar en mi vida sin ella, mi mente se puso en blanco, dejándome absolutamente incapacitado para imaginarme cualquier cosa.

Definitivamente, nadie podrá estar completamente listo para enfrentar la muerte. Como lo hemos visto antes, nuestra sociedad niega ú oculta su presencia. Confrontar la realidad de la muerte y el morir demanda no sólo fortaleza personal sino también una comunidad que esté dispuesta a apoyar. No podemos enfocarnos sólo en la persona que está enfrentando el morir sino que también debemos ser concientes de las necesidades de los que silenciosa y dolorosamente sufren y acompañan a los que están en los momentos finales de sus vidas.

El Proceso de Morir y la Iglesia.

Cuando ya se acercaba a las puertas del pueblo, vio que sacaban de allí a un muerto, hijo único de madre viuda. La acompañaba un grupo grande de la población. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: --No llores. (Lucas 7.12-13)

Durante muchos años Juan Carlos fue un hombre exitoso. El tenía una hermosa esposa, hijos maravillosos, y un buen trabajo. Sin embargo, su buena fortuna no duró mucho tiempo. Él perdió su trabajo, su familia y su salud en sólo un par de años. Cuando yo lo conocí, Juan Carlos estaba peleando muy duro por recuperar su vida. Él tenía un tumor cerebral que era muy difícil de extirpar y de tratar. Como había perdido su trabajo y su salud estaba deteriorada, él vivía de trabajos eventuales que no le permitieron mantener a su familia ni tampoco retener su seguro de salud. Él terminó siendo operado en un hospital público y enfrentó gran parte de su recuperación solo, abandonado por los suyos y completamente quebrado. Finalmente, este apuesto y exitoso hombre terminó sus días como un mendigo en la sala de enfermos terminales de un hospicio. Yo lo visité allí algunas veces, pero nunca hablamos mucho. Yo sólo recuerdo que él me miraba con una mirada triste y muy profunda. Yo estuve con él el día que murió. Yo oraba mientras le acariciaba el rostro. Sin palabras audibles que compartir, yo sólo trataba de consolarlos en sus últimas horas.

Yo quisiera extender la responsabilidad que se conoce como “cuidado pastoral” a todos los miembros de la iglesia sin distinción. Este cuidado es en palabras de Carroll Wise, “el arte de comunicar el significado más profundo del evangelio justo en el momento en que las personas más lo necesitan.” Sin embargo, esta clase de comunicación no pueden ser sólo palabras o ceremonias religiosas. El cuidado cristiano para el que se encuentra en el proceso de morir demanda más que palabras elocuentes y liturgia.

Primero que nada, es importante que podamos construir una relación real con aquellos que están sufriendo. Para poder hacerlo tenemos que pensar en nuestra propia finitud y debilidad y en todo lo que ello involucra. El hecho de que deseemos servir a los demás no implica que estemos ajenos o inmunes a los dolores y temores de aquellos a los que estamos atendiendo. Esto demanda que cultivemos la aceptación de nuestras propias limitaciones y debilidades. En la medida en la que nosotros hemos definido y enfrentado la muerte y el morir, en esa misma medida condicionaremos nuestras respuestas a los llamados de ayuda por parte de aquellos que están sufriendo el proceso de morir. Sería bueno que hagamos un examen serio en nuestras propias vidas que nos ayude a reconocer como hemos enfrentado la muerte y el morir en nuestro propio entorno cercano y como esas experiencias condicionan nuestras actitudes presentes.

El servidor cristiano no puede aparecer como un bombero que trata de llegar poco tiempo después que el incendio ha empezado. Por el contrario, uno debe establecer una relación más integral con la persona y con sus acompañantes. No basta con saber que la persona muere y que sus acompañantes sufren y están cansados, sino que debemos conocer quienes son ellos, sus circunstancias, su pasado, sus vidas antes de la crisis, sus sueños y sus esperanzas más allá de la situación particular que los aqueja.

Si queremos ayudar efectivamente debemos enfatizar un cristianismo relacional. El amor y el cuidado que uno prodiga sinceramente deben ser capaces de construir una verdadera relación con el que muere y sus acompañantes. El servidor cristiano está representando el evangelio, es el portavoz de buenas nuevas. Nuestra disposición a aceptar al otro como un par, la sensibilidad para escuchar con atención y responder adecuadamente son demostraciones de nuestro respeto por el valor de las personas que sufren y están débiles; pero debe estar claro en nosotros que ni ese sufrimiento ni esa debilidad significan que hayan perdido su dignidad. Richards y Jonson dan una excelente explicación al respecto:
Cuando nosotros pensamos en los temores de aquellos que están sufriendo enfermedades mortales, nos damos cuenta que muy a menudo lo que ellos necesitan son más que palabras. Un abrazo, una caricia, o simplemente un apretón de manos, pueden asegurar de manera adecuada el valor que ellos tienen. Dios puede usar el hecho de que escuchemos a una persona hablar de sus temores para ayudarle a que ella misma reafirme su fe. A veces podemos estar llamados a actuar, y con actos que vayan de acuerdo con nuestras palabras que hablan de un Padre amoroso y cuidadoso, venimos a ser las manos a través de la cuales Él provee para satisfacer las necesidades.

Debemos escuchar con suma atención, tratando de hablar sólo cuando sea necesario. Es necesario recordar que en situaciones límite como estas, la presencia es de lejos más importante que cualquier expresión verbal. Nosotros podemos demostrar nuestro apoyo simplemente permaneciendo cerca, escuchando con respeto y atención. Nuestra primera tarea es escuchar y responder a las necesidades expresadas por la persona que está pasando por el proceso de morir – no podemos ni debemos tener una agenda diferente. No debemos malentender nuestro deseo de escuchar como falta de fe. Por supuesto que habrá momentos en que deberemos tomar la iniciativa y afirmar verbalmente nuestra esperanza y fe.


Todo lo anterior no nos hace olvidar que creemos en la poderosa y sobrenatural intervención de Dios. Debemos actuar de acuerdo a nuestra fe en las promesas de Dios. Sin embargo, esta formula requiere mucho discernimiento espiritual de las circunstancias y de la voluntad de Dios.

Es muy importante que tengamos una actitud de comprensión y no de juicio para con las palabras y actitudes manifestadas por la personas en medio de situaciones tan críticas como las que venimos mostrando. Nosotros debemos darnos cuenta que aún personas con una fe que mueve montañas pueden sentirse debilitadas ante la enorme presión de enfrentarse a su propia muerte o la de un ser querido. Debemos prepararnos anticipadamente para saber como reaccionaremos y enfrentaremos estas situaciones sin que ellas nos afecten o nos impidan seguir siendo una ayuda positiva con aquellos que están sufriendo.

Otro punto importante está relacionado con las oportunidades que se presentan para hablar acerca de la muerte y el morir con respeto y empatía. Una de las más útiles maneras de enfrentar este problema las he encontrado en los consejos de Elisabeth Kübler-Ross. Ella dice que la pregunta no es ¿deberemos hablar de esto? Sino más bien, ¿cómo puedo hablar de este tema? Ella sugiere que el tema debe ser tocado desde el punto de vista de la otra persona (no desde nuestra agenda) con afecto, cuidado y mucho respeto considerando aquello que la persona está dispuesta a hablar y aquello que todavía le cuesta aceptar. Así crearemos una atmósfera de confianza en donde la negación será menos severa o necesaria, y donde esta experiencia puede llegar a ser menos dolorosa y la aceptación puede llegar de manera más pacífica. El doctor Paul Wong afirma,

La aceptación se da cuando existe la voluntad para dejar pasar y desligarse uno mismo de aquellas cosas que tuvieron mucho valor en el pasado. Una aceptación positivamente orientada también posibilita el reconocimiento de la conexión espiritual con la realidad trascendental y el sentido de compartir la vida espiritual con sus seres amados por la eternidad.

También es necesario considerar el tema del funeral. Algunos piensan que las exequias son un rito sin sentido que incrementa el dolor y sólo sirve para satisfacer ciertas convenciones sociales pasadas de moda. Sin embargo, un funeral bien entendido es un instrumento de sanidad. El funeral es un vehículo excelente para expresar el dolor. Este tiempo ayuda en el proceso de enfrentar el problema de la muerte en una forma realista, concluyente y terapéutica.

Conclusión

Porque lo corruptible tiene que vestirse de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad. Cuando lo corruptible se vista de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: "La muerte ha sido devorada por la victoria." (1 Corintios 15.53-54)

“Yo besé su frente y toqué sus manos. Las palabras eran apenas posibles o necesarias. La única cosa que parecía importante era que estemos juntos.” La mamá de Alejandro tenía cáncer. Él y su esposa estuvieron tratando de cuidar a la señora con cuidado, paciencia y mucho amor casi por un año entero. Una noche Alejandro me llamó apesadumbrado, su madre estaba muriendo, y él necesitaba de mi compañía. Cuando llegué, la señora estaba en sus últimos momentos. Nosotros oramos juntos por ella, y después permanecí en un rincón de la habitación. Mientras estaba allí, yo me di cuenta que el problema no es sólo morir sino cómo nosotros morimos. La mamá de Alejandro moría irremediablemente, pero ella estaba rodeada de amor mientras moría. Alejandro no se cansaba de hablarle con dulzura a su madre mientras la llenaba de caricias y besos. Mientras la peinaba y la besaba, Alejandro miraba a su madre con la mirada de amor más profunda que yo haya visto en mi vida. Yo me sentía muy conmovido de poder estar con ellos en uno de los momentos más privados de la vida, cuando un hijo se despide de su madre.

La persona que experimenta una muerte digna acepta la realidad de su propia muerte con alivio y resolución. Morir con dignidad y significado es pasar por este proceso de manera consistente con los valores, principios y creencias que una persona ha mantenido en vida o ha ido asumiendo en la medida que ha sido ayudada a enfrentar el proceso del morir.